lunes, 30 de mayo de 2022

Clásicos para la vida. Una pequeña biblioteca ideal.

 


Nuccio Ordine.

Clásicos para la vida. Una pequeña biblioteca ideal.

Editorial Acantilado. (2017)


    El libro de Nuccio Ordine son dos en uno. Por un lado, la introducción; por otro, el contenido. En la introducción, Ordine hace una defensa encendida, apasionada, de la escuela y la enseñanza de las humanidades. El contenido, es el resultado de un experimento con sus alumnos en la universidad.
    Vayamos por partes. En la introducción, titulada “Si no salvamos los clásicos y la escuela, los clásicos y la escuela no podrán salvarnos”, Ordine relata como durante un semestre leyó a sus estudiantes breves citas de obras clásicas con la esperanza de animarles a leer las obras completas. Ordine está convencido de que los clásicos aún pueden responder a nuestras preguntas y ser una valiosa herramienta para adquirir conocimiento y propiciar que nuestros alumnos y alumnas sean ciudadanos libres, cultos y críticos. El problema es el devenir empresarial en el que está sumida la escuela actual. El utilitarismo tan nocivo del “¿para qué sirve esto?”, condiciona negativamente el estudio de las humanidades en general, y nos aboca a perseguir el sueño- imposible- de encontrar un currículum que prepare para mercados aún no inventados. La escuela no podrá nunca cambiar con la misma rapidez con que lo hacen las necesidades y ofertas del mundo laboral. Por eso es inevitable el fracaso de una educación con esa orientación.

    Lo que sí que puede- y debe- asegurar el sistema es profesorado que viva con pasión su disciplina. Ordine insiste en que una escuela es buena cuando tiene buenos profesores, no cuando tiene tabletas en cada pupitre, pizarras digitales, o directivos que funcionan como empresarios. La lástima, nos dice, es que se dediquen recursos ínfimos a la formación de buenos docentes, pero cantidades desorbitadas a recursos digitales y materiales online. Hasta la fecha, no hay estudios concluyentes que demuestren que el gasto en nuevas tecnologías tenga un impacto relevante en los resultados escolares. Lo que si está demostrado es que los resultados sí dependen del estatus socioeconómico de las familias y de la formación de los progenitores. Ordine concluye, por tanto, que “la disponibilidad de prótesis digitales sería entonces el indicio de una condición social, no la razón del éxito escolar”.
    Si hay que mejorar la escuela, invirtamos en la selección y formación del futuro profesorado, rebajemos las ratios docente-alumnos, fomentemos las actividades culturales en los centros por las tardes, liberemos de burocracia al profesorado, démosle tiempo para preparar sus clase, incentivémosle para que mantenga y cultive su afán de aprendizaje, huyamos de las reformas con coste cero, etc.

    Con respecto al uso de internet, Ordine no niega su tremendo valor, pero avisa de que realmente es útil para quien ya sabe, más que para el que no. Disponer de una ingente cantidad de información no significa disponer de conocimiento. Un acceso fácil y rápido es un buen punto de partida, pero hace falta una formación básica para poder transformar esos datos en conocimiento.

    Menciona a Corea, país altamente desarrollado tecnológicamente, como ejemplo de sociedad educativa que está regresando a las disciplinas humanísticas, como fuente excelente de imaginación y creatividad. En el lado opuesto queda, Europa, donde se está acosando, con intención de derribar, a la filosofía, la literatura, las lenguas antiguas, el arte, la música, etc.
    Ordine cree que en nuestro mundo occidental, las evaluaciones educativas- PISA por ejemplo- dejan de lado parámetros esenciales que, desde el punto de vista cívico y ético, son infinitamente más importantes que resolver problemas matemáticos o ser competente en una lengua extranjera: haber aprendido a rechazar el racismo; haber aprendido a ser tolerantes con las diferencias; haber aprendido a respetar, y contrastar, opiniones distintas de las tuyas; haber aprendido el respeto por la justicia y los valores democráticos; haber aprendido que hay derechos inalienables cuya esencia nos hace humanos; etc. Si negamos que esos aprendizajes deben ser objetivos fundamentales de la educación, nos arriesgamos a perder de vista el verdadero valor de la educación.
    Acaba la introducción precisando la necesidad de partir de los clásicos y de otros saberes hoy tildados de inútiles (literatura, música, filosofía, investigación científica base, etc), porque- cita a Giordano Bruno-, “todo depende del primer botón: abrocharlo en el ojal equivocado significará, irremediablemente, seguir cometiendo error tras error”.
    Tras esta introducción tan intensísima, y si aún nos quedan fuerzas, nos podremos ya adentrar en la selección de fragmentos, muy breves- apenas unas líneas- en su lengua original y a continuación traducidos, seguidos de una también breve reflexión relacionada con ellos. El contenido es, simple y bellamente, solo eso.


José Ignacio

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