viernes, 8 de enero de 2021

La escuela no es un parque de atracciones. Una defensa del conocimiento poderoso. Gregorio Luri.




Un estupendo libro en defensa de lo obvio aunque, como bien dice el autor, ¿qué necesidad hay de defender lo obvio...? Pues por paradójico que parezca, Luri asegura que sí es necesario. 

Ya desde el principio pone en duda alguno de los conceptos básicos y aceptados que manejamos actualmente:  las competencias (en especial "aprender a aprender"), el papel de las nuevas tecnologías, la idea equivocada de que toda innovación es buena per se, el desprestigio de los contenidos frente al “saber hacer”, la función de la  inteligencia emocional en la educación, etc.
Y continúa centrándose en la importancia capital del conocimiento y los contenidos: está muy bien saber cómo hacer las cosas pero para eso son necesarios también conocimientos y, sobre todo, conocimientos de calidad: la mera instrucción no genera pensamiento crítico. 
Se pregunta: ¿hay mayor absurdo que pretender que la escuela forme a los alumnos para la sociedad del conocimiento negándoles la experiencia del conocimiento riguroso? Es sorprendente ver cómo las grandes empresas tecnológicas compiten por acumular conocimiento mientras que la escuela parece que lo desprecia. Además, critica abiertamente la idea de que el conocimiento tenga caducidad. 

Asegura que hay que huir de los esquemas idealizados de una escuela imposible, que es precisamente aquella en la que las autoridades educativas nunca toman en serio la evaluación de sus propias metodologías. Normalmente las promueven sin tener claras cuáles son las evidencias científicas que las soportan y qué finalidades pretenden conseguir y por ello luego es difícil, si no imposible, analizar críticamente sus resultados. Muy pocas veces se ha evaluado qué repercusión tienen las metodologías innovadoras en el capital cognitivo del alumnado.

Otro tema importante en el libro es que, en su opinión, la educación española sobrecarga la dimensión psicológica del alumno y casi deja en el olvido su dimensión política. Se pone énfasis en que el niño construya sus propios conocimientos y se olvida que el niño tiene también el deber de contribuir a la mejora de la cultura colectiva como miembro de la sociedad. En esa misma línea insiste en defender el derecho de las clases más desfavorecidas a tener una educación de calidad al alcance de todos:  el que tiene dinero puede acudir a otros lugares fuera de la escuela para formarse, pero quienes no pueden hacer lo mismo también tienen el derecho a tener excelentes profesores y una escuela que funcione.
 
Con respecto a la tecnología, critica a la llamada generación de “nativos digitales” porque, aunque dedican muchísimo tiempo a aplicaciones triviales, son realmente muy poco hábiles en manejar herramientas informáticas. Normalmente, nuevas tecnologías e innovación son conceptos que van de la mano en la mente de la administración , pero parece demostrado que para que un cambio tecnológico tenga impacto la tecnología no es suficiente sino que necesita detrás un profesor relevante. Y es que la innovación no tiene porqué ser buena por defecto. Y en cuanto a la implantación de innovaciones, hace la siguiente acertadísima reflexión: 
“Cada centro educativo posee una cantidad determinada de energía disponible. Si se quiere implantar un proyecto nuevo, antes de sobrecargar el trabajo colectivo, hay que liberar energía para ponerla a su servicio”.

En cuanto a las competencias, se lamenta de que la escuela asuma que lo importante no es el “saber” sino el “saber hacer”. 

También habla del profesorado: una de las pocas cuestiones que gozan de evidencia empírica es que un aprendizaje de calidad necesita del dominio eficaz de la asignatura por parte del profesor. Y quizás por ello defiende la instrucción explícita, que no magistral. Asegura que la calidad del sistema educativo nunca puede exceder a la calidad de sus docentes

Propone una nueva definición para IVA: “intervención de valor añadido”, que consistiría en detectar qué cambios duraderos se han producido en un alumno tras su paso por la escuela.

Dedica muchísimas páginas a hablar de la obligatoriedad de mejorar la enseñanza de las matemáticas y sobre todo a la importancia de la lectura, hasta el punto de asimilar el concepto de fracaso escolar con el de  fracaso lingüístico: el segundo sería la causa principal del primero.

Explica de manera concisa la fórmula básica del capital humano en la era del capitalismo cognitivo:
Conocimiento (know-what) + ciencia (know-why) + competencia o pericia (know-how) + relaciones sociales y aprendizaje de la experiencia ajena (know-who) + V (valores asociados al aprendizaje)

Y acaba el libro aseverando que es una pérdida de tiempo enfrentar métodos conservadores y métodos progresistas cuando lo que realmente hay que hacer es hablar de métodos buenos y métodos malos. Así de simple y sencillo. O, como decíamos al principio, así de obvio.

José Ignacio