MORIN, E. (2016). Enseñar a vivir. Manifiesto para cambiar la educación. Barcelona. Paidós.
Enseñar a vivir. Manifiesto para
cambiar la educación, de Edgar Morin, es un libro breve pero intenso,
fácil de leer pero profundo, un libro que no deja indiferente y que orienta el
camino hacia donde debería enfocarse el debate sobre el futuro de la educación.
Filósofo y sociólogo francés,
cercano ya a los 100 años de edad, Morin
analiza con lucidez el principal problema de la educación actual. No se trata
de discutir si ésta o la otra asignatura deben estar presentes en el currículum,
o si es mejor evaluar con estándares o por competencias. Se trata de conseguir
que la educación sea una escuela de vida. Y para eso, más que una reforma,
Morin nos propone ir un paso más allá y conseguir no sólo una revolución, sino una metamorfosis.
Morin sabe que es necesario enseñar
y aprender matemáticas, o filosofía, o ciencias, o aprender saberes técnicos. Pero
aún es más importante lo siguente:
- enseñar a que los hombres y mujeres del mañana sea capaces de afrontar los problemas fundamentales y globales del individuo, del ciudadano, del ser humano.
- penetrar en la naturaleza del conocimiento, para ser capaces de traducir la realidad sin equivocarnos, sabiendo que toda verdad total es un error total.
- afrontar la incertidumbre continua en la que estamos (“aprender a navegar en un océano de incertidumbres a través de archipiélagos de certezas”) (p. 47), sabiendo que no se la puede derrotar, pero que sí podemos negociar con ella.
- comprender al prójimo y ser comprendidos; comprenderse a uno mismo, por tanto.
- ser conscientes de que el individualismo que se impone tiene un lado positivo: libertad, autonomía, responsabilidad; pero también uno muy negativo: egoísmo, atomización, soledad, angustia, insolidaridad.
- Desarrollar una sabiduría basada en la serenidad y la intensidad, en la comprensión de que la vida personal es también una aventura social y por ello, una aventura de la humanidad.
- Estimular la autonomía y la libertad mental.
La crisis de la enseñanza, nos
dice Morin, es inseparable de la crisis de la cultura. Y por ello la educación
no debería plegarse- por muy intensa que sea la presión que ejerce la economía
liberal, los medios de comunicación e Internet- a los imperativos tecnocráticos
que reducen cada vez más la parte de las humanidades.
La educación para la comprensión
está siempre ausente del sistema educativo. Aclara Morin que comprender no es
entenderlo todo, y que si así lo aceptamos, nos encaminaremos finalmente a la
aptitud del perdón y la magnanimidad. Conseguiremos entonces sustituir la violencia
por el diálogo.
Y para ello pide al profesorado
estar en posesión de una virtud específica: la benevolencia. Benevolencia y
bondad deberían constituir las virtudes supremas del maestro. El problema,
añade, es que el profesorado, y especialmente el de secundaria, está desmoralizado,
lo que le aboca, si no se tienen cuidado, a la resignación y la
funcionarización. Además, los docentes deben luchar contra el gigantesco
sistema de evaluaciones cuantitativas (PISA, por ejemplo), que impone el cálculo
a cualquier otra consideración: lo cualitativo es sustituido por lo
cuantitativo.
Otro grave problema que Morin
plantea es la excesiva fragmentación de los saberes, que impiden que el
alumnado establezca una correcta relación entre las partes y el todo, entre lo
particular y lo global. Es precisamente la contextualización y la globalización
lo que pueden hacer que el conocimiento sea pertinente.
La reforma debe empezar por la
enseñanza primaria y por la educación de los educadores. La primera etapa
debería centrarse en descubrir en el ser humano su triple naturaleza: biológica,
psicológica y socio-histórica. La educación secundaria debería ser la que
uniese la cultura científica y la humanística. Y la universidad,
paradójicamente, debería tanto adaptarse a la modernidad como hacer que la
modernidad se adapte a ella.
La enseñanza, concluye, debe
conducir a una “antropoética” cuyas fuentes son la solidaridad y la
responsabilidad. Éstas se aprenden no con lecciones morales sino a partir de la
conciencia de que el ser humano es a la vez individuo, parte de la sociedad y
parte de una especie.
Acaba su obra con una pequeña
reflexión: “Todo lo que no se regenera, degenera”. Es preciso revolucionar el
sistema educativo; o mejor aún, hay que conseguir su metamorfosis.
José Ignacio