“La conjura de los ignorantes. De
cómo los pedagogos han destruido la enseñanza”. Ya el título
deja poco espacio para aventurar qué derroteros tomarán sus
páginas. Y es que el objetivo del libro es, en palabras de su autor,
Ricardo Moreno Castillo, “mostrar que la pedagogía es un
lenguaje sin contenido, una jerga y no una ciencia”. (p.19)
Somos un país de tertulianos y a todos
nos encanta opinar sobre fútbol, sobre la justicia, sobre economía
y sobre todo, sobre educación. No en vano cada uno de nosotros hemos
pasado unos cuantos años de nuestras vidas en el sistema educativo,
al principio todos como estudiantes, y algunos y algunas también
como docentes. Así que es fácil encontrar público que acepte
entusiasmado criticar el funcionamiento del sistema educativo. Y está
bien hacer una crítica de lo que pudiera funcionar mejor. Así que
como docente, esa es la lectura que podemos hacer de este libro:
rechazar razonadamente algunas de sus apreciaciones, pero sobre todo
dedicar unos minutos a reflexionar sobre algunas de sus opiniones.
Quizás un cierto número de ellas no sean un disparate.
Desde luego, Ricardo Moreno siente poco
aprecio por los pedagogos.En su opinión, los libros de pedagogía
nadie los lee porque el profesorado los percibe, no una medicina ,
sino como “una pócima preparada por un curandero
charlatán”. No tomarse esa pócima no es ignorancia, sino
cordura, añade.
Echa en falta el concepto de
responsabilidad. El niño nunca tiene la culpa de nada hoy en día.
Al convertirlos en víctimas, estamos haciendo personas que no son
responsables de sus actos y que por lo tanto, no son libres.
Crítica que se niegue el valor del
esfuerzo, al que se identifica muchas veces con sufrimiento. No tiene
por qué ser así. Hacer algo con pasión suele ir acompañado de
esfuerzo.
Crítica que se dé tanta importancia a
la atención a la diversidad. Según él, la diversidad es
irrelevante, puesto que las diferencias entre dos seres humanos son
accidentales en comparación con las semejanzas, que sí son
relevantes y esenciales.
También crítica el mantra actual de
“aprender a aprender”. A aprender se aprende aprendiendo. No hay
algo como un “aprender a aprender a nadar” que luego te permita
aprender a nadar. Además, si para aprender es preciso aprender a
aprender, previamente habrá que aprender a aprender a aprender, lo
que es un razonamiento que lleva al absurdo.
Sobre la creatividad, opina que es un
concepto que está muy bien pero que siempre debe estar controlada
por el conocimiento.
Y sobre la competitividad, explica que
ésta y la solidaridad pueden coexistir, puesto que son
complementarias. Añade que el estudio es la actividad menos
competitiva que existe, porque no es algo que se pueda agotar y
porque todo el mundo puede aprender sin lesionar los derechos de los
demás a aprender.
Sobre el concepto de autoridad, dice
“parece mentira que quienes van de especialistas en educación
no se hayan enterado de algo que sabe el profesor más bisoño:
cuando los adultos hacen dejación de su autoridad, el resultado no
es una fraternal camaradería entre los menores, sino sufrimiento de
los más débiles bajo la tiranía y el abuso de los más fuertes”.
Sobre la disyuntiva entre enseñanza y
aprendizaje, cree que es una falsa polémica: no hay formación sin
contenidos,ni contenidos sin formación.
Y sobre los contenidos: hablar de
contenidos culturales poco relevantes es ignorar lo que es la
cultura, porque la cultura es un fin en sí mismo, igual que lo es
la amistad, por ejemplo. Pensar que los contenidos tienen que estar
ligados obligatoriamente al mundo de los alumnos no es razonable. Un
niño al que le encantan los dinosaurios o un adolescente que lee
artículos sobre la teoría de la relatividad está enriqueciendo su
mundo interior, aunque los dinosaurios o la teoría de la relatividad
no sean parte de su mundo cotidiano.
Sobre los roles del profesorado:
“Ha de ser una mezcla de amigo, psicólogo, hada madrina y monitor de campamento de verano. El que sea un experto en la materia que ha de impartir es, a juicio de las
autoridades, algo secundario”. (p. 146)
Y continúa: “La misión de la
escuela no es rendirse ante la sociedad, sino educar para conseguir
una sociedad mejor. Y ante el desprecio por el saber y la cultura,
inculcar la actitud contraria, la del aprecio por el saber y la
cultura como un valor en sí mismo y no sólo para adquirir destrezas
(una de las palabras favoritas de los pedagogos) sino para
desenvolverse en la vida. Y ante la propaganda del éxito fácil, la
escuela de inculcar los valores del estudio, el trabajo y el
esfuerzo. Vaya, como han intentado hacer desde siempre con mayor o
menor fortuna todos los buenos maestros que en el mundo han sido”.
(p. 164)
Sobre la vocación en la enseñanza,
algo que llamará la atención:
“En cuanto a que el profesor ha
de estar identificado con su profesión, entiendo que se quiere decir
que para ser buen profesor se ha de tener vocación. Si es así,
estoy en absoluto desacuerdo. Quien tenga vocación dará clases más
agusto que quien no la tenga, pero no será por ello mejor ni peor
docente. Algunos de los mejores profesores que tuve en el instituto,
a los cuales seguir tratando posteriormente, me confesaron que su
vocación no era enseñar, sino estudiar y aprender, pero como de eso
no se puede vivir se habían dedicado a la docencia. Y lo hacían
bien por moral profesional, por la elemental honradez de hacer
correctamente aquello por lo que a uno pagan”. (p. 178)
Y continúa hablando de la profesión
docente: “¿Cómo se puede ir mejorando con el tiempo?
Escuchando mucho a los alumnos, poniéndose en su lugar, atendiendo a
sus críticas cuando éstas sean razonables, y ejerciendo la
autoridad cuando haya que ejercerla, combinándola sabiamente con una
cierta dosis de mano izquierda pero también sin complejos. Y es
también importante seguir estudiando más allá de lo que se
necesita para enseñar, porque sólo quien ama el saber puede
contagiar el amor por el saber y también porque sólo quien sigue
siendo estudiante puede ponerse en el lugar de sus estudiantes.
También es bueno discutir y hablar con los compañeros, no tanto
para estar todo el rato coordinandose, que es algo aburridísimo,
como para intercambiar experiencias e ideas”. (p. 194)
En cuanto a los estudiantes, les dice
que para que se responsabilicen de su propio aprendizaje hay que
dejarles claras tres cosas. La primera, que tienen derecho a una
enseñanza de calidad. La segunda, que por muy bueno que sea el
sistema, mucho más de la mitad del esfuerzo les corresponde a ellos.
Y la tercera, que no hay que esperar que las condiciones sean óptimas
para empezar a poner de su parte.
Un buen conjunto de opiniones sin
medias tintas, en el que Ricardo Moreno no deja títere con cabeza.
¿Qué hay de verdad en todo ello?
La conjura de los ignorantes. De cómo los pedagogos han destruido la enseñanza.
Ricardo Moreno Castillo
Editorial Pasos Perdidos, 2016
Editorial Pasos Perdidos, 2016
José Ignacio