lunes, 26 de marzo de 2018

Semilla de crápula.

Semilla de crápula. Consejos para los educadores que quieran cultivarla.
Fernand Deligny


Fernand Deligny escribió este pequeño librito en 1943. Un pragmático de la educación que realizó su trabajo en hospitales psiquiátricos, hogares para niños retrasados, instituciones para delincuentes, etc. Sus páginas son en realidad un pequeño repertorio de aforismos, anécdotas y consejos que forman juntos una especie de, en palabras de los editores, “antimanual” para los educadores, una “guía de planchado de unos niños que llegan a la escuela arrugados y mal plegados”. Así que no es más que una guía práctica, aunque el propio autor no aclare muy bien para qué. En cualquier caso, su lectura pausada es un inesperado descubrimiento. Nos anima a la reflexión unas veces, y a la sonrisa otras, cuando nos reconocemos en las situaciones a pesar de la distancia en el tiempo.
Qué mejor que ofrecer una muestra:

  • Hay dos mundos: el de las fórmulas, formulitas, charadas y parábolas; y el de lo que pasa en todo momento aquí abajo para quién quiere ayudar a los otros.
  • Si por tampoco te asqueas del oficio no te subas en nuestro barco, pues nuestro carburante es el fracaso cotidiano, nuestras velas se inflan de risitas burlonas, y trabajamos mucho para llevar a puerto pequeñísimos arenques aunque salgamos a pescar ballenas.
  • Ese de allá es terco, rebelde y perezoso. Se escapa. Mejor. No había nada que hacer. Se lo comerán los chanchos. Dos años después viene a verte cómodamente vestido, poseedor de una bici comprada con sus ahorros, un buen oficio en mano. No te sientas mortificado. La vida tiene mucha más experiencia que tú.
  • Sabes cantar, improvisar una historia de piratas, caminar con las manos, imitar gritos de animales, dibujar en las paredes con un trozo de carbón; entonces tendrás disciplina.
  • En los desmadres más grandes eres la calma sonriente; en las grandes calmas eres el viento .
  • Si juegas al policía, jugarán a los bandidos; si juegas al bueno de Dios, jugarán a los diablos; si juegas al carcelero, jugarán a los prisioneros. Si eres tú mismo, estarán muy molestos .
  • Jamás olvides fijarte si el que rehúsa caminar no tiene un clavo en el zapato .
  • Sobre todo hazte presente cuando no estás ahí.
  • Si quieren robar frutillas, planta frutillas en su patio.
  • Son 40. Les preguntas quiénes quieren jugar. 25 levantar la mano. Los llevas a todos a la zona de juegos y los que juegan son los otros 15.
  • Mira los que se quedan en los bordes del salón de juego expulsados como los torpes sobre el plato giratorio de los parques de diversiones. Les costará mucho esfuerzo ocupar su lugar en la existencia.
  • Cuando todo marcha bien es momento de emprender otra cosa.
  • No les enseñes a serrar si no sabes sostener una sierra. No les enseñes a cantar si cantar te aburre. No te encargues de enseñarles a vivir si no te gusta la vida.
  • Al que llora demasiado a menudo, hazle limpiar el salón. Si tienes piedad cambia de oficio.
  • Los padres: les ha tomado 15 años y 9 meses hacer de su hijo lo que es y quisieran que en 3 semanas lo conviertas en un niño modelo.
  • Que tu simpatía por aquellos de entre ellos que se te parecen no te impida comprender a los otros.
  • No les sueltes antes de que hayan tomado de la atmósfera que has creado todo lo bueno que podían tomar. Pero cuando estén demasiado cómodos, apresúrate a separarte de ellos. Por tener un ejemplo que mostrar a los otros corres el riesgo de dejar que se pudran las mejores frutas de tu cosecha.
  • Cuando hayas pasado 30 años de tu vida poniendo a punto sutiles métodos psico-pediátricos, médico-pedagógicos, psicanalo-pedotécnicos, en la víspera de la jubilación tomarás una buena carga de dinamita e irás discretamente a hacer volar algunas manzanas en una villa miseria. Y en un segundo habrás hecho más trabajo que en 30 años.
Y un deseo final de Diego Valeriano, escritor del epílogo:


Saber que la escuela se ha movido en torno de la intervención, que enseñar fue un acto de intervención. Revindicar que ahora esto ya no se puede, que la escuela está intervenida por los chicos, que la transforman al punto de hacerla irreconocible, al punto de hacerla insoportable, atroz, espantosa, al punto de hacerla una fiesta”.

Ojalá que así fuera.

José Ignacio