MAFFEI, L. (2016) Alabanza de la lentitud, Madrid, Alianza Editorial.
El título deja poco lugar a dudas sobre su contenido.
Caminar a mayor velocidad no equivale a conocer mejor lo que ofrece el camino,
por lo que Maffei propone directamente huir de la cultura fundamentada en la
rapidez de la imagen y volver al ritmo lento del lenguaje hablado y escrito y
así recuperar el “pensar” sobre el “hacer”.
Neurocientífico, Maffei explica por qué el cerebro es fundamentalmente
una máquina lenta: para que todos podamos imprimir nuestra impronta personal en
el desarrollo de nuestro cerebro. Los adultos tenemos la obligación, por tanto, de ayudar a nuestros
jóvenes a construir su propio cerebro, es decir, su comportamiento futuro.
Hablar de lentitud obliga a hablar de “tiempo”. Maffei
explica que no existe un receptor cerebral del tiempo y por tanto, el reloj
cerebral es bastante impreciso: por eso las
esperas se hacen eternas, y los momentos de placer vuelan. Aún así, la
sucesión en el tiempo de los acontecimientos relacionados entre sí es la base del razonamiento- a diferencia de la
comunicación visual, que sucede en paralelo y podría ser, por tanto, atemporal.
El tiempo también determina dos tipos de pensamiento: el
pensamiento rápido, y el pensamiento lento. El primero estaría relacionado con
la supervivencia; el segundo es consciente y fruto no sólo de la evolución
biológica sino también de la evolución cultural. Este último, el pensamiento
lento, es el que realmente construye el cerebro.
Con la llegada de los instrumentos digitales, es muy posible
que las estructuras cerebrales estén cambiando de función y estructura, adecuándose a la velocidad del pensamiento rápido.
Pero el pensamiento rápido es el padre y la madre del consumismo,
la base de su éxito. Produce una bulimia de consumo, asociada a una anorexia de
ideas y valores que, unidos a la globalización- esperanto cultural común y
artificial-, son la base perversa de la sociedad actual.
Junto a la globalización, el mercado es el otro dios ateo
de nuestra época. Difícilmente aceptará
la economía de mercado ciudadanos críticos. Se priman las asignaturas orientadas a la producción rápida de bienes y
tecnologías adecuadas para el mercado. Por eso no sólo las materias
humanísticas son consideradas obsoletas, sino también las científicas que no
sean aplicadas. Tanto las materias científicas básicas como las humanísticas
invitan a pensar en otros valores y asustan a la ideología consumista porque
hacen al hombre más libre, menos homogéneo, más diverso. El artista y el
científico se caracterizan por tener un pensamiento diferente, divergente, y
por tanto, peligroso para el mercado.
Maffei explica que podemos estar viviendo un retroceso en el
tiempo, una involución cerebral. Se estaría dando la paradoja de que el
hemisferio izquierdo- lingüístico y
evolutivamente más tardío- estaría
pasando a tener un papel inferior al ejercido por el hemisferio derecho- el de
los automatismos necesarios para que el consumismo tenga éxito.
El éxito evolutivo de esa humanidad “rápida” traería consigo
la desaparición de actos maravillosos
pero inútiles: la conversación, el arte, la poesía, la contemplación, etc.
¿Qué hacer entonces? El instrumento más efectivo para luchar contra el
pensamiento rápido: una educación que fomente el estímulo de la crítica
individual.
José Ignacio